Karen Lüderitz: la experiencia de pintar Su camino como pintora, después de una fructífera carrera como diseñadora, ha sido a través de las relaciones entre colores y las posibilidades de combinar y yuxtaponer distintos tonos. Su actitud frente a la tela, sin embargo, es la de un científico; ella se acerca a la tela para conducir experimentos. Su taller es como un laboratorio, despojado de referencias personales. No hay documentación, ni recuerdos o fotos: solo un libro prestado sobre algún maestro universal. Su desafío es consigo misma. Hay pintores que resuelven el cuadro antes de aplicar la primera pincelada. Trabajan desde un boceto o una clara imagen mental. El desafío está en la maestría de interpretarse a si mismo, de trasponer tal cual lo que ven en el lienzo. Hay otros artistas que se acercan a una tela vacía con una infinidad de emociones, temores, certezas, posibilidades, sin visualizar imagen alguna. Parten de cero: es el azar, la intuición, una chispa que impulsa su incursión. Podrían comenzar con una mancha, un trazo, un color, con un garabato no identificable. Avanzan aceptando aquella intuición, siguiendo las indicaciones del dedo del destino. Karen se encuentra consigo misma una vez que el pincel empieza a empaparse de color y a deslizarse sobre una superficie en blanco. La mente pierde su predominio mientras poderes más profundos secretan sus sustancias. Comienza a veces con una 'semilla', una pequeña tabla manchada con la savia de su visión, esa esencia que contiene lo más personal y valedero de cada uno. Es su manera de contactarse con la médula de la composición que ha de emerger en el inmaculado lienzo. Muchos intentos de pintar se originan en una búsqueda personal, en cumplir con un propósito: sea ser el mejor, hacerse rico, ganar prestigio, o simplemente pasar la prueba del tiempo. Algunos logran programarse para cumplir con sus objetivos y alcanzan sus metas. Hay otros que encuentran plenitud en vivir el proceso, experimentar el acto de pintar. Se pierden en ese acto; viven el trayecto como un camino, un viaje. La suya es una indagación sobre la naturaleza del color, realizada de manera simple y directa. No busca expresarse a través de un expresionismo lírico, sino de una síntesis que emerge de su sensibilidad. Plasma sus impresiones, las instancias que quedan impresas en su memoria visual. Pasan por el filtro que dirige su mano para llegar a la tela en sucesivas capas de colores las que se combinan con esmero y cariño. Es casi como si bordara sus telas cual costurera, con tramas de texturas que podrían ser constituidas de arena o, por ejemplo, extracto de nogal. El resultado se asemeja el azar de un ceramista que juega a las escondidas con sus esmaltes, persiguiendo el milagro de la perfecta fusión de colores y texturas. Quien observa una obra de Karen se encuentra ante un mar de color, un mar vivo donde las tonalidades bailan al ritmo de la marea, y el efecto de las escasas intervenciones gráficas contribuye a construir el significado de su intención. Es un evento aparentemente accidental que sugiere más que informa, que insinúa pero no insiste. Como sucede en tantas manifestaciones de las artes visuales, el ejercicio del arte de pintar tiene distintos registros, códigos, ritmos y tácticas. Puede responder a demandas estéticas, cromáticas o estructurales, o a impulsos cerebrales, mecanismos técnicos o sentimientos espirituales. Unos artistas se expresan en ciertos rangos de tonalidades, algunos quieren tranquilizar la mirada, otros perturbarla, y otros buscan cierta complicidad. En el caso de Karen, se centra en una búsqueda absolutamente personal. Consideremos, por ejemplo, la serie "Mapas". Para poder armar una serie de obra, Karen empieza con lo que ella llama 'semillas', en reconocimiento de los embriones que dan origen a la vida. Esta especie de boceto capta el destello de la idea, su concepto de lo que sería un cuadro más grande. Mancha una pequeña tabla con algún azul; en seguida, agrega otro, y otro, colocando cada tono al lado del anterior, buscando el equilibrio que satisface a su ojo. El procedimiento es metódico; cada paso es un acto de devoción. No hay brotes de desenfrenada espontaneidad. No salpica manchas como Jackson Pollock: más bien distribuye su gama de colores como alguien impregnado del espíritu de Mark Rothko. En síntesis, el propósito de un mapa es guiarnos de un lado al otro, por la ruta que se nos ocurra. Karen está en un constante viaje en su búsqueda personal y, a través de la pintura, crea el 'mapa' con que se puede acercar a su destino. El término 'mapa' es una metáfora que registra el desarrollo de su peregrinación. Para Karen el viajar ha sido un estímulo constante en su vida. El viaje abre la mente a nuevas dimensiones, el ojo a otros colores; las sensaciones se encuentran frente a estímulos nuevos y desconocidos. En su caso, el efecto del viaje se ve reflejado en la selección de títulos para los distintos conjuntos de obras que realiza: "Atacama", con marcadas características del desierto y el legado del mundo precolombino; "Adriático", al mágico mar que revuelve los azules como una licuadora; y "Fisuras", que celebra a las majestuosas rocas de la costa de Tunquén. Cada paisaje tiene su carga emotiva y energética. Según la receptividad de cada uno, las antenas de Karen convierten lo incorporado en arrebatos de color que van encontrando su manifestación en las telas que ella pinta. Su obra es un fiel reflejo de su intencionalidad esencial. Su sentido de compromiso con su vocación es pleno. Busca su norte en la pintura. Ella cita "Itaca", un poema del griego Konstantino Kavafis, que dice "Pide que su camino sea largo..." y "No apresuras el viaje / mejor que dure muchos años / y viejo seas cuando a ella llegues." Constatamos que es el viaje a través de pintar que vale, y no el anecdotario de los cuadros realizados. Cada pintura es un pequeño paso en esta 'odisea' que es la vida. Lograr esta claridad es un paso gigante. También cita el "Canto General" de Pablo Neruda: una frase que se puede aplicar a su pintura habla del "victorioso color del tiempo". Es el color que se encuentra en sus mares, sus desiertos, sus rocas milenarias. Pinta un escenario atemporal, fuera de los límites de cualquier calendario. La paleta de la naturaleza va cambiando constantemente y siempre se repite en otro momento y otra circunstancia. Captar lo perenne suele ser la ambición más urgente del pintor. El artista también trata de ampliar el repertorio del color, busca superarse con cada cuadro. Intenta trasmitir los hallazgos de está búsqueda. De cierta manera, cada uno de nosotros se busca a si mismo en la pintura de otro, la relación entre un cuadro y el que lo mira es incomprensible e intransferible. Esta relación se establece a distintos niveles: cerebrales, intelectuales, emocionales, intuitivos, viscerales... Karen apunta con todas sus armas a captar la masa, el volumen de la naturaleza, más que sólo documentar su superficie. A través de transparencias que brotan de sus pinceladas, logra concentrar la atención en la totalidad de su propuesta y no en los detalles que, por ejemplo, acompaña su proceso en vez de fragmentarlo. Cada una de sus series recuerda lo incorporado en un viaje a través de la potencia del color. Hay recuerdos comunes en estos retratos de la furtiva presencia del color y sus tonalidades más esquivas. ¿Quién no lleva en la memoria visual el primer recuerdo de la inmensidad de mar; el asombro frente a la omnipresencia del desierto? El propósito de Karen, sin embargo, no es manipular nuestras memorias, sino plantear su propia experiencia, su vivencia ante nuestros ojos. Nos ofrece la mirada de una persona en que lo directo define su intención, sin ambiciones y sin imponer su proyección. Nos deja absorber su propuesta y sacar nuestras propias conclusiones visuales, dejando que la pureza del color y el azar impregnen nuestras retinas con goce e incluso plenitud. Nos propone revivir el asombro de ese primer encuentro con el hechizo de la naturaleza en su estado más puro. |
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